El azar era esto

En 1997 Paul Auster sorprendía a sus lectores con una narración autobiográfica en la que desvelaba su historia de joven y fracasado escritor, los años en que se inició en la literatura y su historia personal, hasta poco después de los treinta años, justo cuando fallece su padre; hecho que marcará el inicio de sus obras más personales y definitivas.  Si en A salto de mata, rememoraba sus años juveniles de aprendiz de escritor, este Diario de invierno  (Anagrama) parte de la llegada de las primeras señales de la vejez para recordar episodios de su vida. Historias comunes y triviales como un accidente infantil mientras jugaba al béisbol, el descubrimiento del sexo, las masturbaciones adolescentes, su estancia en París, una larga lista comentada de las 21 casas en las que ha vivido a lo largo de su vida hasta llegar a su actual residencia en Park Slope, sus ataques de pánico, y su feliz matrimonio con la también escritora  Siri Husvedt.

Se trata de un puzle compuesto con las piezas de su propia existencia, sus sentimientos y sus recuerdos, donde el tema de la muerte, obviamente, está muy presente, no solo por la desaparición de sus padres, sino porque Auster aprovecha su próximo aniversario para repasar su vida: un inventario de cicatrices físicas y sentimentales que componen el hombre que es. En definitiva, un rompecabezas de una vida que se arma en base a vivencias, sensaciones y recuerdos; una reflexión sobre lo que ha sido su vida desde el primer día. Un mosaico de historias carentes de originalidad creativa y estilo.

Como digo, Diario de invierno es un relato de sus historias personales desde su más tierna infancia, sin ningún nexo de unión, sencillamente están contadas siguiendo la línea temporal de su vida. Algunas de estas narraciones son más interesantes que otras, pero en general es un libro que no tiene ningún aliciente literario y mucho menos biográfico, porque en él nos descubre que su vida ha sido tan anodina e insustancial como la de cualquier mortal. Por poner un ejemplo, Auster dedica buena parte de la obra a exponer pormenorizadamente la relación de las casas en las que ha vivido. En total, sesenta páginas consagradas a relatar al lector, con todo lujo de detalles, algo tan insustancial y poco interesante como las descripciones de las viviendas por las que ha pasado. Tanto es así que, quizás para saciar la curiosidad de algún excéntrico lector, añade a la secuencia, las actas de la junta de un edificio que habitaron durante cinco años, las cuales fueron redactadas por su esposa, Siri Husvedt y que,  a juicio de Auster, eran unos «informes irónicos, entretenidos, muy apreciados por todos los participantes». Deberían ser unos vecinos muy condescendientes que empleaban la adulación como modo de agradecer el trabajo altruista de la escritora, porque el lector no encontrará nada entretenido en unos documentos sosos de los que el autor se siente sorprendentemente orgulloso. Sirva como ejemplo el informe 14/1/93. Juzguen ustedes:

INDEMNIZACIÓN POR ACCIDENTES LABORALES: La cuestión de si debemos cubrir o no a los miembros de la cooperativa accidentados en el cumplimiento de sus obligaciones ha llegado a un punto decisivo. No lo haremos. Pase lo que pase: dedos rotos en la máquina de escribir, cuellos estrangulados en el cable del teléfono mientras se llevan a cabo labores relativas a la cooperativa, brazos, piernas y cabezas fracturadas por haber bebido demasiado vino en una reunión. Tenemos que aguantarnos, igual que suele hacer la gente. Lo llamamos destino. Ahorraremos unos cincuenta dólares, y cincuenta dólares son cincuenta dólares.

Diario de invierno es un libro con una narración sin pulso, sin estilo, plagado de estructuras tan pobres y pueriles como: «Ya ha sido tu cumpleaños. Tienes sesenta y cuatro años. Vas acercándote cada vez más a la tercera edad, la época de la asistencia sanitaria». Y la tensión, esa inquietud que nos alienta a seguir leyendo, en esta obra brilla por su ausencia. Igualmente, llama la atención que en la edición española no se haya tenido en cuenta la última edición de la ortografía de la RAE. Así, se acentúan palabras que no deberían serlo, como el adverbio solo («de modo que aquel día sólo ibais los tres en un tren en dirección norte», pág. 185) y los demostrativos («Casi volviste a dar un puñetazo a otra persona y aquélla fue la última vez», pág. 184) que aunque, estos últimos, la RAE deja a elección del usuario colocar la tilde, no lo recomienda.

A veces los blurbs (las citas elogiosas de reconocidos críticos) que aparecen en las contraportadas de los libros son ciertas, pero a nadie se le escapa que su objetivo es el de persuadir y animar al posible lector a que adquiera el volumen que tiene entre sus manos. Sin embargo, hay algunas que deberían estar vetadas y se merecerían que los clientes de las librerías que ya han leído ese libro pudieran tacharlas. Algo así se merecería las de este libro.

Desde luego que, en Diario de invierno no está el mejor Paul Auster. Un desacierto, un borrón en su obra. Porque los lectores que le profesamos una profunda admiración, no podemos admitir que a estas alturas ose publicar una recopilación de impresiones vitales en las que, por cierto, no hay nada de ese azar, ese sino, al que Auster, jactanciosamente, ha atribuido el devenir  de su propia existencia y que tan importante es en sus novelas. Pensando maliciosamente, parece que el autor tenía que publicar algo y lo ha hecho de manera chapucera, confiando en que cuando se tiene un público ganado, se vende cualquier cosa.

Después de este collage de recortes autobiográficos, da la impresión de que el azar en su vida era pura autoficción. No obstante, seguimos prefiriendo al Auster de libros como El cuaderno rojo.

Lee un fragmento de la obra.

Datos técnicos:

Título: Diario de invierno

Autor: Paul Auster

Traducción: Benito Gómez Ibáñez

Nº de páginas: 248 págs.

Editorial: ANAGRAMA

Encuadernación: Tapa blanda

ISBN: 9788433978295

Año de edición: 2012

Precio: 18,90 euros

Sara Roma,

literariacomunicacion@yahoo.es

2 pensamientos en “El azar era esto

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